Algunos pueden desconocer este objeto o su funcionamiento, pero aquellos que son de mi generación o un poco más grandes; se han criado cerca o han visto cómo funciona una máquina de escribir.
En mi casa, mi mamá tenía una, de las más chicas, marca Olivetti, en color verde grisáceo, y recuerdo que solía dormirme, en noches de invierno, escuchando el chasquido de las teclas, que eran bastante más ruidosas que las de un teclado de computadora hoy. Mi mamá era docente, y elaboraba informes sobre alumnos lo que le llevaba mucho tiempo frente a esta herramienta, que si bien agilizaba y emprolijaba su trabajo, no le perdonaba errores.
También de chica, iba al almacén de mis abuelos en Naon, y ahí sí que había grandes maquinones de escribir, de esos que ocupaban todo un escritorio, de esos que se usaban en las oficinas.
Cuando me fui a estudiar mi carrera de periodismo, lo hice pensando en que me gustaba escribir, y en la escritura que realizan los diarios. Mis primeros trabajos de la Facu, los entregué usando una máquina de escribir, que me había llevado a la casa donde estudiaba. Es ese caso, la maquina era de mi abuela. Una Olivetti blanca con tapa negra. También de las más nuevas, liviana y manuable. Como nunca tuve buena letra manuscrita, me sirvió para entregar presentables mis primeras producciones para Grafica I; hasta que pude tener mi primera computadora.
Como verán, la máquina de escribir ha marcado mi infancia, y como todo elemento que data de un poco de antigüedad se ha ganado mi cariño. Me gustan mucho las mezclas de elementos añejos con utilidades para la actualidad. Y si bien la máquina ya no se usa, hay un poco de ella en mi. Tiene un estilo vintage, que representa un proceso de transición de la escritura del que fui felizmente parte.